«Sólo hay dos maneras de vivir tu vida. Una de ellos es como si nada fuese un milagro. La otra es como si todo fuera un milagro. Yo prefiero creer que todo es un milagro» ~ Albert Einstein

Nuestros ancestros vivían con la capacidad de asombro que nosotros en la actualidad hemos perdido. Para ellos un eclipse, las lágrimas de San Lorenzo o una sequía tenían un trasfondo mágico y maravilloso porque aún conservaban la capacidad de asombrarse. Establecieron dos dioses, uno encargado de las cuestiones masculinas y otro encargado de las cuestiones femeninas y su relación con ellos era de generosidad y agradecimiento. Cada vez que estos dioses eran buenos con ellos, ellos les devolvían el amor recibido con ofrendas y halagos.

Ésa debería haber sido la verdadera comunión del ser humano con lo divino, con lo que no comprendemos, con lo que se ha convenido en llamar «Voluntad Universal»

La Voluntad Universal es la razón que comprende nuestra existencia. La vida decidió manifestarse en la tierra por medio de una voluntad, una serie de milagros que hizo al planeta en una fuente de riqueza vital.

La simplicidad espiritual de nuestros ancestros era la comunión más sincera que hemos tenido con esa Voluntad Universal. Todo lo que ha venido después sólo son parafernalias religiosas.

Estas parafernalias no son del todo despreciables. El ser humano las ha necesitado para darle valor a su comunicación con lo divino y no es nuestra tarea poner en tela de juicio la validez de las religiones y sus artificios. Cada ser humano se comunica con la Voluntad Universal a través de su lenguaje. Por eso para algunos es necesario el artificio y para otros la naturalidad. Cada ser humano se comunica desde su nivel espiritual.