La soja es un alimento altamente discutido. Durante las últimas décadas se ha hablado de la soja como una alternativa proteínica a las fuentes animales y durante muchos años, los vegetarianos y veganos han utilizado la soja como alimento básico por esta propiedad.

La razón por la cual la soja se ha considerado en Occidente como una alternativa alimentaria está basada en el hecho de que la soja es un alimento protagonista en las dietas de los países orientales, los cuales presentan ausencia de algunas dolencias que sí son comunes en los países occidentales.

Sin embargo, la conclusión de que la soja es el alimento a considerar, resulta ser una falacia. Numerosos estudios (entre ellos, éste que cito) aseguran que las isoflavonas de la soja (entre ellas la gesnisteína), tienen un efecto bociogénico debido a que bloquean la capacidad de absorber el yodo provocando hipotiroidismo.

Y es que hemos imitado a los países orientales en su consumo de soja pero no lo hemos imitado en la forma en que ellos la consumen y esto nos ha expuesto a una enfermedad cada vez más presente.

Los japoneses, por ejemplo, suelen consumir la soja en forma de salsa donde esta legumbre ha sido fermentada. La fermentación reduce considerablemente el número de goitrógenos (sustancias bociogénicas) de la soja pero además, la combinan con una fuente elevada de yodo presente en las algas que suelen contener proporciones muy superiores a la cantidad diaria recomendada (por sus altas dosis, las algas también son contraproducentes en dietas para personas que sufren hipo o hipertiroidismo) y de esta manera una dosis contrasta con la otra. Los elementos por separado, resultan fatales y es ahí donde hemos tropezado los occidentales, en nuestro intento de incorporar alimentos excluyendo costumbres.

Y es que hay que entender que las costumbres tienen un sentido primario que debió tenerse en cuenta.

 

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