Los alquimistas y espagíricos consideraban que todo lo creado, ya fuera del reino animal, vegetal o mineral, estaba dotado de cuerpo, alma y espíritu. El cuerpo es lo evidente, lo que perciben nuestros sentidos, lo que se puede ver, tocar, oler, degustar y oír. Su parte etérea, percibida más allá de los sentidos, era el alma y el espíritu.

La sociedad actual confunde el alma con el espíritu. Consideran que son dos palabras sinónimas pero en el mundo de la espagiria y sobre todo en el mundo de las plantas visto con ojos alquimistas, son dos conceptos completamente diferentes. Para entender dónde reside el espíritu y el alma de las plantas, primero hay que aprender a saber en qué se diferencian.

El espíritu es entendido como la esencia inmaterial de las entidades que es independiente del cuerpo y no lo necesita para sustentarse. Por eso se dice de los ángeles que son espíritus, porque no necesitan un cuerpo. El alma, por el contrario, está incompleta sin el cuerpo que la sustenta.

Aplicado al mundo espagírico y a las plantas, podríamos decir que su espíritu reside en el aceite esencial, en lo volátil de la planta que viaja por el aire y se hace conocer al mundo y concretamente a los animales para compartir con ellos sus intenciones (como, por ejemplo, el de ahuyentarlos para proteger a la planta). El alma, por el contrario es el extracto de la planta, es decir, la planta a la que se le ha separado lo grosero mediante un diluyente sagrado, y que guarda dentro de sí, la profunda identidad de la planta.

El alma permanece junto a la planta incluso tras su muerte, el espíritu, en cambio,  viaja por el aire y es capaz de separarse de ella.

 

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